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Fundación Mayéutica

Terapia a través de las pantallas

Allá por Enero de 2020, cuando recién empezábamos a escuchar sobre un virus que se había gestado en un mercado de una ciudad llamada Wuhan en China, ninguno de nosotros pensó que muy rápidamente tendríamos que repensar nuestras prácticas y adaptarnos a nuevas modalidades de comunicación; y como equipos de trabajo a propuestas terapéuticas diferentes implementando el uso de la tecnología y reemplazar por un tiempo el consultorio y la comunicación cara a cara.


Tiempo antes de que iniciara la pandemia me había interesado en escribir sobre la teleterapia pero no imaginaba que la incorporaríamos a nuestras vidas como una herramienta cotidiana de comunicación y trabajo tan rápidamente.


Las terapias on-line o ciber-terapias, como intervenciones de ayuda psicológica sustentadas en internet se transformaron durante la pandemia más que en un complemento y alternativa a la atención tradicional o cara a cara en una estrategia básica para poder darle continuidad a los tratamientos psicoterapéuticos; y aquello que durante las primeras semanas nos llenó de incertidumbre y preguntas tanto a terapeutas como a pacientes se fue implementando con buena respuesta por parte de quienes ya estaban realizando un proceso de tratamiento.


La terapia on-line es la interacción terapéutica entre profesional y paciente a través del uso de internet; esta comunicación puede darse de manera sincrónica por ejemplo por videoconferencia o de manera asincrónica por ejemplo vía mail. Las diferentes vías de contacto a través de la tecnología que se presentan son los mails, sms, chats, entrevistas telefónicas, videoconferencias, bajada de recursos de la web, sitios web de autoayuda, sitios web con servicios estandarizados y protocolizados de terapia on-line.


En el caso de la psicología clínica, el comienzo del uso de las TICs podría situarse cuando Wittson, Affleck, y Johnson (1961) emplearon la videoconferencia; posteriormente Weizembaum (1966) diseñó el programa ELIZA y su aplicación DOCTOR que simulaba las respuestas no directivas de un terapeuta de orientación rogeriana. Hace unos 20 años aproximadamente se llegaban a vaticinar los usos de la realidad virtual en el entorno terapéutico, recomendando la necesidad de estudiar estos nuevos entornos de comunicación (Baños, Botella, y Perpiñá, 1998). Actualmente, uno de los campos que más se abre camino en el uso de TICs en psicología clínica es la incorporación de internet al trabajo del terapeuta. Esta incorporación implica desde
disponer de publicidad online hasta desarrollar tratamientos en la web; es por ello que algunos sostienen que estamos presenciando el nacimiento de una nueva forma de tratamiento: la intervención mediante internet (Andersson, 2009 en Soto Pérez, F,2010).


La psicoterapia on-line presentaría ciertos beneficios y posibles obstáculos cuando se compara con la terapia cara a cara. Preguntas sobre eficacia clínica son de interés primordial para los trabajadores de la salud mental y hoy más que nunca están en boga estos estudios. Varios han llegado a la evidencia de que los pacientes que realizan
psicoterapia de manera on-line experimentan similares resultados comparados con grupos control; sumado a ello los estudios de proceso indicarían que la alianza terapéutica no es afectada por el medio de comunicación utilizado. (Thompson, R.B, 2016)


Especificando las ventajas, es importante centrarse en el posible efecto de facilitar el acceso; este no sólo se refiere a mitigar el impacto de la distancia o los servicios de transporte, sino también el abarcar personas que se sienten estigmatizadas por su problema y que a una consulta planteada desde la presencialidad no asistirían; todo ello a
un bajo costo, de manera cómoda y con resultados satisfactorios.
Las desventajas que se encuentran a la ausencia de interacción cara a cara se relacionan con la existencia de prejuicios y resistencias a modificar el trabajo tradicional al incorporar las nuevas tecnologías.

Este cambio del marco de relación implica una serie de asimilaciones del modo de interacción y comunicación terapéutica que no están
claramente definidas ni para la cuál existe formación (Soto-Pérez, 2008). Otra desventaja es la multi-dependencia de las ciber-terapias, que al estar determinadas por compañías de comunicación o hardware, implica incorporar a un nuevo actor a la atención clínica; por ejemplo, pueden ocurrir caídas de la red atribuible a estas empresas o necesidades de servicio técnico que en la atención tradicional no son necesarios. Otro asunto fundamental es acreditar la idoneidad de una plataforma web o de un terapeuta, así como la confidencialidad de los intercambios, porque también estamos presenciando el desarrollo
de agencias acreditativas de terapeutas y plataformas de psicología clínica online. No obstante, se cree que, la mayor parte de estas desventajas pueden ser fácilmente superables y muchas de ellas están basadas más en prejuicios que en posicionamientos reales que puedan resistir el debate científico. Así, las ciber-terapias son una alternativa
a la terapia cara a cara cuando está es difícil o imposible, por lo que su primera comparación debe realizarse con la no-intervención; es decir las ciber-terapias serían la indicación cuando el tratamiento tradicional no es posible y se debe posicionar como un complemento para el tratamiento cara a cara. Esto se vio claramente en la implementación de los tratamientos de manera on-line por las distintas plataformas que se fueron utilizando a partir de la pandemia y sobretodo en los primeros tiempos del ASPO en Argentina y a las que los pacientes pudieron acceder.


Algunos profesionales ya utilizaban la atención remota o terapia en línea, generalmente en casos de pacientes argentinos que estaban en el exterior o que se habían mudado. Pero para otros era una manera de llevar adelante el proceso terapéutico completamente nueva y
representaba un desafío. Para los psicólogos el desafío llegó de la mano de adaptarnos a desarrollar una sesión individual, vincular o un encuentro de tipo grupal planteando un encuadre diferente al de la presencialidad, donde fuimos aprendiendo conjuntamente con los
pacientes esta nueva modalidad, que apareció en un momento de crisis, pero que hoy podemos decir que llegó para quedarse. Da cuenta de la capacidad de adaptación del ser humano, y reconocemos que en algunos casos trajo beneficios que hoy en día continuamos implementando, como por ejemplo en los tratamiento es los que la red socioafectiva participa de los encuentros. ya sea en sesiones de tipo vincular, familiar o en los espacios grupales de red o multifamiliares; ya que personas que no estaban participando de los tratamientos cara a cara por vivir a distancias geográficas alejadas comenzaron a tener
participación, logrando muy buena adherencia en los tratamientos y sosteniendo la participación a lo largo del tiempo.


Otra de las cuestiones que en un inicio causó incertidumbre tuvo que ver con si el paciente y su red socioafectiva se adaptaría a esta nueva modalidad o perdería adherencia debido a este cambio; lo que pudimos constatar en la mayoría de los casos fue que se sostuvo la
participación de los espacios y el porcentaje de abandono fue similar al que se registraba en los tratamientos que se llevaban adelante de manera presencial.


Podemos decir que la teleterapia llegó para quedarse, lejos de dificultar o limitar el trabajo del terapeuta o la participación de los pacientes en los tratamientos en distintos dispositivos terapéuticos, desde sesiones de terapia individual a sesiones de grupo terapéutico o multifamiliares, abrió la posibilidad de darle continuidad a los tratamientos psicológicos en el transcurso de la pandemia; continuamos tanto terapeutas como pacientes adaptándonos y utilizando este tipo de recursos para llevar adelante los procesos terapéuticos, repartiéndonos
entre los encuentros por zoom y el consultorio.

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Coronavirus: ¿cómo dominar el estrés que causa el encierro?

(Nota en Página 12, Por Pablo Esteban)

El aislamiento genera estrés. Sin embargo, la buena noticia es que es posible combatirlo. Un neurocientífico y un psiquiatra proponen estrategias.

La cuarentena modifica las rutinas. Y con eso la percepción del tiempo también se trastroca. El encierro provoca estrés por una situación que no se elige, que no se sabe cómo manejar y de qué forma enfrentar. El presente se vuelve pesado, viscoso ante la falta aparente de futuro. “La palabra ‘encierro’ tiene una connotación muy negativa y enseguida nos imaginamos en un cuarto oscuro y sin capacidades de movernos ni hacer nada. Tenemos que quedarnos en nuestras casas y es posible promover las mejores condiciones para que la cuarentena forzada no comprometa a la salud”, describe Diego Golombek, Investigador del Conicet en el Laboratorio de Cronobiología de la Universidad Nacional de Quilmes. Entonces, ante esta situación excepcional, ¿qué es lo recomendable? “Debemos ponernos al sol, si tenemos ventanas hay que abrirlas, porque la luz ayuda a que el cuerpo esté mejor y nuestro sistema inmune en buenas condiciones de responder. La segunda cuestión es movernos todo lo que podamos: si nos quedamos quietos, tarde o temprano, el cuerpo pasará factura por algún lado. Por último, hay que saber que un buen sueño equivale a un sistema inmune más robusto”. Con esto último –el reconocido divulgador que preparó material exclusivo emitido desde las redes del Centro Cultural de la Ciencia– se refiere a no dormir de más, pero tampoco de menos. El sueño justo y necesario es la premisa de máxima, a respetar casi como mandamiento.

El estrés es la capacidad de afrontar con éxito aquellas situaciones extremas. Aunque es una respuesta normal, cuando se vuelve crónico –por circunstancias excepcionales como una pandemia– causa problemas y el cuerpo se resiente. Pero la cabeza también. La humanidad no está preparada para vivir estresada en todo momento. “Los modelos de estrés crónico promueven síntomas de ansiedad y depresión. Debemos intentar manejar la situación, recurrir a la creatividad para evitar al máximo las perturbaciones en nuestros estados de ánimo. Apelar a la música, a la lectura, a destinar un tiempo para el trabajo si es que podemos hacerlo de manera remota, a seguir rutinas de actividad física desde casa. Despejar la cabeza es fundamental. No hay que caer en el pánico, el terror y la alienación”, explica el médico psiquiatra (UBA) y especialista en el tratamiento de pacientes con consumos problemáticos, Federico Pavlovsky.

La estimación subjetiva del tiempo se trastroca con el aislamiento. Hay sobrada evidencia científica en base a experimentos que lo han confirmado en cuevas, bunkers y todo tipo de escenarios relacionados al confinamiento. Si bien la distancia entre los modelos de estudio y la realidad –en cualquier caso– debe tenerse en cuenta, vale la pena aplicar el modus operandi en este paisaje de pandemia. “Para calcular el tiempo, el cerebro debe medir eventos. Si no pasa nada en nuestro día –es decir, si estamos acostados o mirando la TV en igual posición durante horas– y el entorno es homogéneo, el tiempo subjetivo se estira. En cambio, si tenemos tareas y actividades que nos vamos pautando transcurre mucho más rápido”, explica el neurocientífico. Algo similar a lo que sucede cuando estamos entretenidos y el tiempo, desde nuestra perspectiva, se “pasa volando”; o bien, cuando en período de vacaciones, el viaje de vuelta parece transcurrir más rápido porque ya tenemos hitos para narrar, postas con las que fuimos cumpliendo en el de ida y sobre las cuales podemos dar testimonio. De aquí se desprende una recomendación natural: organizar el día que viene, planificarlo con horarios bien estipulados. “De esta manera, el cerebro se prepara para lo que viene después y subjetivamente nos parece que pasa más rápido. Lo engañamos un poco para que la realidad no se parezca a un chicle”, comenta.

La importancia del diálogo, aunque sea virtual

“En el campo de la psiquiatría y la salud mental, a los pacientes que suelo atender –muy perturbados psicológicamente y con consumo problemático de sustancias– el encierro les potencia los síntomas. Las recaídas y las ansiedades se elevan mucho más y se repiten de manera frecuente. Entonces, es contradictorio, porque el autoaislamiento funciona muy bien para la epidemia y hay que respetarlo, pero a corto plazo debemos diseñar estrategias de seguimiento continuo de individuos con estos cuadros”, apunta Pavlovsky. Y sigue el razonamiento con un ejemplo: “El otro día llamamos al SAME por un caso de sobredosis farmacológica. Nos dijeron que no podían atenderlo porque estaban con el coronavirus. Logramos resolverlo por otro lado, pero imagino que estas situaciones se están dando mucho. El virus es prioridad pero no podemos dejar de atender a todos los problemas de salud pública que vayan apareciendo. Muchas personas se encierran a consumir”.

El aislamiento, la convivencia 24×24 con la familia y la incertidumbre económica de buena parte de la población que no está preparada para solventar la cuarentena despiertan angustias. En este marco, el aprovechamiento de las herramientas virtuales suele ser fundamental. Lo mismo ocurre con las personas en tratamiento psicoterapéutico y psiquiátrico. “Hay que poner en juego toda la creatividad disponible, todo lo que tenemos a mano. Skype, videollamadas, llamadas comunes y corrientes por teléfono fijo. En este momento hay un montón de personas que, como no van a asistir a los hospitales y otros centros, están necesitando de manera recurrente una llamada de alguien. Conversar un poco, dialogar. Eso ayuda mucho para descomprimir”, dice el reconocido psiquiatra y remata: “La prioridad es la pandemia, pero si todo es coronavirus nos vamos a perder cosas muy graves en los próximos 60 días. Hay que informarse en su justa medida pero no sucumbir ante el bombardeo constante de los medios. Se comunican noticias importantes una o dos veces al día; no hace falta estar prendidos a la TV todo el tiempo”.

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«Tenemos una sociedad superalcohólica que no da espacio a otras existencias»

(Nota en Pikar Magazine, de Ana Burgos)

¿Te imaginas que en este mundo se socializara a través del tomate, que hubiera una presión social para comerlo, que estuviera en todas partes, que diera estatus social y que fuera un atenuante en casos de violencia sexual? La antropóloga, comunicadora social y coordinadora de los Proyectos Malva y Notctàmbul@s sobre drogas y género, Ana Burgos, hace una reflexión abstemia en la que problematiza el papel que juega el alcohol en nuestras vidas y un análisis de las desigualdades de género en los contextos de consumo.

Ana Burgos es antropóloga, comunicadora social y coordinadora del Proyecto Malva, sobre género y drogas, y del Observatorio Noctámbul@s, que aborda la relación entre el consumo de drogas y las violencias sexuales en contexto de ocio nocturno, ambos de la Fundación Salud y Comunidad. Y abstemia: “Te cuento un poco mi trayectoria abstemia, igual le meto análisis de cosas que he pensado así a nivel más profesional después pero que me atraviesan también”. Así empieza el recorrido desde su malestar individual como abstemia al malestar social, haciendo un cóctel con su experiencia sobre la implementación de la perspectiva de género en el ámbito de las drogas. Una puede pensar que hablar de drogas y género es hablar sólo de cómo en la cultura del alcohol -patriarcal y capitalista- se exime a ellos y se las culpa a ellas ante la violencia sexual. Pero Ana Burgos va más allá, mostrándonos con perspicacia la cantidad de desigualdades de género que hay en los contextos de consumo.

Ana Burgos es la gota que derrama el vaso -de birra- con intención, porque está cansada de que se los traigan cuando ya ha dicho que no, de la invisibilización de las existencias abstemias, de los machitos y la masculinidad asociada al alcohol, del androcrentrismo en el ámbito de la droga y de la falta de perspectiva de género en los servicios de prevención, atención y tratamiento de las drogodepencias.

¿Desde cuándo eres abstemia?
Yo bebía cuando era adolescente, con unos 15 años, porque me socialicé en el consumo masivo de alcohol. Consumí alcohol hasta los 28 años. Cada vez me gustaba menos cómo me ponía cuando estaba borracha y la resacas que tenía eran horribles. He bebido porque había que beber para ponerse borracha y socializar para ser integrada en el grupo, pero no realmente porque disfrutara del sabor. Yo, de hecho, tenía una frase de adolescente que decía: “Ojalá existiera una pastillita que fuera un cubata y me la bebía con Cocacola que es lo que a mí me gusta”. Hace ya unos cuatro o cinco años decidí que no quería beber. Y aunque me considero abstemia, alguna vez bebo y después me sienta fatal y pienso que para qué; siempre hago lo mismo. A veces lo que hago en Andalucía es beberme un tinto de verano en vacaciones porque todavía lo concibo como un premio, es muy fuerte.

Lo típico de: “Me voy a tomar una birra cuando salga de currar o me la voy a pegar gorda cuando salga del examen”, ¿no?
Estas son frases que hemos oído a lo largo de nuestra vida un montón. Es muy fuerte que después de tantos años sin consumir alcohol, porque sé que no me sienta bien, todavía sigo concibiéndolo como un premio al trabajo y al esfuerzo, como un momento para mí, de relax y de descanso. Y a veces salgo de un día muy duro y digo: “Me voy a beber un vino, me lo merezco”, y después me sienta como el culo. Creo que esa concepción del alcohol como momento de autorregalo o regalo colectivo sigue muy presente. Ahora me voy a comer a un sitio guay o me compro algo que me guste un montón. Me he vuelto un poco mayor y un poco burguesa [Ríe].

¿Cómo ha sido el politizar la decisión de ser abstemia?
Le he dado la importancia que tiene al alcohol y lo he problematizado porque no está estigmatizado. Tiene estigma cuando es un problema muy grave, como el alcoholismo visible. Especialmente si eres mujer y si tienes una cierta edad: si eres mujer con obligaciones sociales de cuidado, maternidad, trabajo, se te ve mucho más patética, se da una intensa penalización social. En los hombres está mucho más tolerado. Ahora lo veo como una droga mucho más fuerte, dañina y peligrosa que otras. He cuestionado ciertos valores imperantes y he desnormalizado algunos efectos del alcohol que siento que están muy normalizados. Que tengan la mandíbula en Pekín o las pupilas del tamaño de una manzana, no me asusta. Me parece mucho peor alguien que no pueda vocalizar, que se esté cayendo al suelo o que le esté tocando las tetas a todas. Me parecen mucho más fuertes los efectos del alcohol. Y eso es lo que fui elaborando políticamente a raíz de mi malestar individual. Si no se politiza se podría pensar que si te sienta mal el alcohol sería tan fácil como no beber alcohol, es como si me sienta mal el tomate, pues no comas más tomate. Pero es que en este mundo no se socializa a través del tomate, no hay un presión social para que comas tomate, no te da estatus social beber tomate, no está en todos los espacios en los que compras. La ausencia de alcohol me generó otros problemas que ya no eran físicos, sino sociales.

¿Cómo vives esta presión social para beber?
Esto lo leí una vez de tu muro de Facebook, que dices más veces «no es no» a la gente que bebe alcohol que a los machirulos. Aunque no haya una presión directa, sí hay una presión tácita. Se siente una presión bastante fuerte que con otras drogas no existe. A lo mejor me ofrecen una rayita y digo que no, y no insisten más. Pero cuando dices que no a una birra insisten y aún diciendo que no, me han llegado a traer birras. Tienes que decir que tienes un problema de hígado o que fuiste alcohólica y lo dejaste, o posicionarte como abstemia de manera muy tajante para que la gente no te insista. Hay un juicio directo porque no perteneces al grupo, no vas a estar tan a fuego como el resto, y por otro lado hay toda una dinámica social indirecta en una sociedad construida para el consumo de alcohol como manera de pasar tiempo en grupo y generar diversión. Pasar la tarde sin alcohol en un bar o en una plaza es inconcebible. Aquí no hay alternativas a las bebidas azucaradas, por ejemplo batidos de fruta naturales. Todas las bebidas son con gas y con azúcar.

¿Echas algo en falta por esta exclusión?
Las borracheras de tarde las he echado mucho de menos porque es como una liada tonta. Ahora ya no me pasa, voy a comer, la gente se pone así y yo a las cinco pienso “vaya aburrimiento” y me voy a mi casa. Tenemos una sociedad superalcohólica que no da espacio a otras existencias. Y aunque me pierdo cosas, entre ellas los momentos de tontería colectiva en los que yo no entro, gano muchas otras.

Coordinas dos proyectos sobre género y drogas, el Proyecto Malva y el Observatorio Noctámbul@s. En primer lugar, ¿qué es el Proyecto Malva y cómo surge?
Nació en el 99 para investigar por qué en las relaciones de pareja heterosexual con consumo activo hay mucha incidencia de violencia de género. Nació con un enfoque que ha ido evolucionando. Ahora es más amplio, no está centrando en relaciones de pareja sino en diferencias y desigualdades de género en los contextos de consumo. Y básicamente hacemos formación a profesionales, campañas y también hacemos un encuentro estatal de profesionales de drogas y género. Hay un video que colgamos hace poco que se llama ‘Abordemos las drogas con gafas violetas’, y es una introducción a este tema, aportando claves para la incorporación la perspectiva de género en el ámbito de las drogas.

¿Y en cuanto al Observatorio Noctámbul@s?
Noctámbul@s es un observatorio que nace en 2013, como un hijito del Malva. Es un proyecto que analiza el consumo desde una perspectiva de género. Nace porque en los contextos de consumo de jóvenes, los profesionales hablan de reducción de riesgos de la noche sin hablar de la violencia sexual a la que estamos expuestas las mujeres por parte de los tíos. Este observatorio nace para visibilizar este riesgo que está súper normalizado. De hecho, se piensa que son jóvenes locos que salen y se drogan. La violencia sexual como riesgo para las mujeres está invisibilizada por esta perspectiva androcéntrica. Se habla de destrozos del mobiliario humano, problemas de salud, sanciones administrativas y nunca se habla de la violencia sexual. En Noctámbul@s hacemos investigación, campañas y formación a profesionales que trabajan en prevención, atención y tratamiento, para que puedan adaptar los recursos con esta visión. Y también a entidades que trabajan en la organización de fiestas, en barra, en puntos lila, en barracas. Tenemos mucha actividad en las redes sociales y una web que tiene una biblioteca virtual con recursos. Y organizamos siempre una jornada anual donde presentamos el informe del año sobre las violencias sexuales en los contextos de ocio nocturno y consumo de drogas.

¿Qué conclusiones habéis sacado en el último informe?
La conclusión principal relacionada con el alcohol es que en los contexto festivos donde hay consumo de alcohol hay una cierta tolerancia a las violencias sexuales. El consumo de alcohol exime responsabilidad a los chicos porque se adecua a la norma de género al asociarse con la masculinidad. Cuando agreden bajo efectos del alcohol se suele decir: “Estaba borracho, pobrecito, no sabía lo que hacía”. Y cuando las mujeres se emborrachan, al romper la norma de género de ser prudentes se las criminaliza un montón, se las culpabiliza de las propias violencias que reciben bajo la excusa del alcohol. No es que haya más violencia sexual porque hay alcohol de por medio, no tiene que ver con el consumo, tiene que ver con la masculinidad y el patriarcado. El problema no es que haya consumo de alcohol, sino la tolerancia social que hay hacia la violencia sexual, precisamente porque el consumo de alcohol exime a ellos y responsabiliza a ellas. Este mundo me ha dicho que soy susceptible de recibir violencia también si me drogo, si me pongo muy pedo y descontrolo. En el fondo sigue operando el patetismo que rodea a las mujeres que no son prudentes o buenas mujeres. Por eso nosotras no demostramos tanto que bebemos un montón. No es un rasgo que nos dé estatus en el grupo como sí les da a los chicos. Una mujer puede llegar a tener estatus entre los chicos si bebe mucho y no le sube demasiado. La típica de “lo aguanta todo es como un hombre”. A nosotras el beber un montón, y depende de lo que hagamos, nos puede descalificar. Las chicas que van a clase al día siguiente de haberse emborrachado si no se acuerdan de nada llegan con culpa y con vergüenza. Los chicos que llegan habiéndose emborrachado si no se acuerdan de nada llegan fardando de todo lo que se han metido.

¿Crees que en los servicios de atención a personas drogodependientes también se las culpabiliza?
Sí, a las mujeres drogodependientes se las culpabiliza, claro. A las mujeres se les pregunta mucho más por su familia que a los hombres. Se les suele preguntar dónde van a dejar a sus hijos, cómo van a mantener su casa, y a los tíos no. Cuando hay madres que acompañan a sus hijos adolescentes con problemas de alcohol, nunca se les pregunta por el padre. Pero si va el padre siempre se le pregunta por la madre. La figura materna tiene que estar ahí, se las responsabiliza mucho más. Hay una serie de cuestiones atravesadas por el patriarcado en el mundo de las drogas que hay que problematizar.

En cuanto a las diferencias y desigualdades de género en los contextos de consumo, que has comentado antes. ¿Cuáles destacarías?
Hay diferencias en las motivaciones del consumo. Por ejemplo, los chavales consumen porros para integrarse en el grupo y las mujeres para diferenciarse de las otras. Los hombres consumen alcohol para ser los más guays de la pandilla y las mujeres también, pero las consecuencias son distintas. El tipo de consumo que hacen también es diferente. Los hombres consumen mucha más cocaína porque es una droga que se adecua mucho más a la masculinidad, a la fuerza, la violencia, el control y el dominio. Las mujeres consumen más hipnosedantes, tranquilizantes y drogas legalizadas. Tienen un alto índice de drogodependencia a esas drogas. Y eso es por dos motivos: porque son drogas que se ajustan mucho más al rol de género de no transgredir las normas, ya que están en sus casas tomándose la pastilla y porque son drogas que ayudan a sobrellevar todos los malestares de género que padecemos las mujeres. También porque las mujeres son mucho más recetadas, patologizadas y medicalizadas.

¿Qué diferencias encuentras en la visión social sobre los consumos?
Una mujer con problemas de alcoholismos es mucho peor vista que un hombre que presenta un consumo problemático de alcohol, porque una mujer alcohólica se concibe socialmente como una mala madre, una mala cuidadora, que no está al servicio de todo el mundo. Un hombre alcohólico es un hombre que se ha pasado un poco. El consumo de drogas, sobre todo ilegalizadas, tiene que ver con la asunción de riesgos y con transgredir; factores asociados a la masculinidad. Entonces cuando las mujeres consumimos, no sólo subvertimos las normas legales, sino las normas de género también, al no haber sido prudentes.

¿Por qué es importante trabajar la perspectiva de género en la atención y prevención de la drogodependencia?
Al tener una visión muy androcéntrica y centrada en un prototipo de drogodependiente que invisibiliza a las mujeres, los servicios de atención y prevención de la drogodependencia, en muchas ocasiones o en determinados aspectos, no se adaptan a la realidad de las mujeres. Por ejemplo, en la prevención del consumo de alcohol en las personas jóvenes a veces se dan mensajes del tipo: “Cuidado cuando consumáis alcohol porque os ponéis muy machitos y os peleáis”. Todo eso se le puede decir a los chicos, pero a las chicas no les funciona. Las chicas no se pelean o, si se pelean, es en menor medida y debido a factores que no tienen que ver con el género. En realidad lo que están intentando prevenir en este caso, son riesgos derivados de la masculinidad hegemónica y no tanto del consumo.

¿Y en cuanto a la perspectiva de género en el tratamiento?
Es importante revisar las normativas para que se adapten a todas las realidades y sean inclusivas. Por ejemplo,  y esto es algo que aprendí de Patricia Martínez Redondo, a veces en tratamiento hay normas que responden a lógicas patriarcales, como la de estar de 15 a 30 días sin comunicación con el exterior al ingresar en comunidad terapéutica. Las mujeres, por su construcción de género basada en la relación y en el cuidado de otras y otros, no lo aguantan y abandonan el tratamiento. Los hombres no, porque llevan toda su vida mirándose el ombligo, por su construcción de género más individualista y centrada en sí, y no pasa nada si no se comunican. También hay menos acceso de mujeres al tratamiento, debido entre otros factores a que no pueden entrar con hijos o hijas, o llegan mucho más deterioradas, ya que tardan mucho más en buscar ayuda al estar más penalizadas socialmente o al sufrir mayor abandono social cuando presentan un consumo problemático de sustancias. Sin embargo, los hombres suelen tener una red de acompañamiento y cuidado femenina que favorecen sus procesos de mejora. El tipo en situación de drogodependencias tiene a su madre, su hermana, su hija que están apoyándolo; las mujeres sueñen ser abandonadas, y así las posibilidades de mejora disminuyen.  Otro de los problemas es que las comunidades terapéuticas están muy masculinizadas. Las mujeres son muy estigmatizadas. Al entrar una tía se las percibe en muchas ocasiones como un problema, como que van a «perturbar la comunidad», y no se pone el foco en ellos. Por ello, es importante que se revisen no sólo las normativas androcéntricas sino los prejuicios y estereotipos de género que las y los profesionales que trabajamos en el ámbito de drogas tenemos interiorizados, para poder generar dispositivos más adaptados a las distintas realidades y conseguir una transformación social en clave de género sin reforzar el patriarcado.

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Tratamiento de las Adicciones: ¿ficción o realidad?

Por Fundación Mayéutica 

La pregunta por el funcionamiento ficticio o real de los tratamientos que abordan la problemática se encuentra en el imaginario social de la población y en el del colectivo profesional.

In the psychologist’s office. Man and woman talking

Adicciones: el gran problema

El consumo problemático de sustancias psicoactivas constituye un problema mundial de alta prevalencia que acarrea costos considerables, tanto para quienes lo padecen como también para los sistemas de salud pública.

Según UNODOC (2015), 1 de cada 10 consumidores sufre adicción, lo cual se traduce en una cifra que alcanza a 27 millones de personas en el mundo. Además, aproximadamente la mitad de la población mundial se encuentra involucrada de forma directa o indirecta al problema (González López, Fabelo Roch, & Naranjo Fundora, 2013). La situación se agrava si se tiene en cuenta que solo 1 de cada 6 consumidores problemáticos de sustancias psicoactivas en el mundo tiene acceso a tratamiento.

En muchos países hay un déficit considerable en la prestación de servicios en referencia a esta la problemática (UNODOC, 2015). Las personas que sufren de la problemática de las adicciones regularmente soportan instituciones que tienden a ofrecer pseudo-tratamientos, tratamientos ineficaces o tratamiento fundamentados en las buenas intenciones (Davidson & White, 2007).

Asimismo la problemática de las adicciones ha sido considerada intratable, afirmación que refleja la futilidad de la praxiología psicológica respecto a la potencialidad de producir cambios al tratar dicha problemática. No obstante, las modernas hipótesis acerca del origen y mantenimiento del abuso y dependencia de sustancias psicoactivas, sustentadas por los resultados de las investigaciones actuales permiten afirmar que es necesario revisar los tratamientos e intervenciones en área de las adicciones (González, 2001).

Tratamiento de las adicciones: ¿qué funciona y qué no funciona?

Actualmente se entiende a la adicción como un conjunto de fenómenos cognitivos, comportamentales y fisiológicos que requieren de criterios de referencia para su delimitación y diagnóstico. Algunos de estos criterios son la evidencia subjetiva de conductas compulsivas dirigidas a consumir; la presencia de conductas de administración estereotipadas; y la evidencia de neuro- adaptación con fenómenos de tolerancia y abstinencia. También es importante considerar la evaluación del deterioro conductual y el grado de interferencia que la sintomatología específica produce en la vida laboral, social y familiar del individuo (Portilla, Landabaso & Roncero, 2011).

En el intento de abordar a las adicciones a sustancias psicoactivas existen estudios que buscan desarrollar programas de tratamiento que sean eficaces (Secades Villa & Fernández Hermida, 2001). Entre algunas de sus características las investigaciones de eficacia evalúan tratamientos con pacientes similares en varios sentidos (por ejemplo, en cuanto a la severidad del síntoma). Se trata de un Interesante desafío ya que en primer lugar la homogeneidad no es característica sobresaliente del área de las adicciones. Es posible hallar diferencias tanto las sustancias psicoactivas en términos de capacidad adictiva, toxicidad, composición química, situación legal; como las personas que consumen tales sustancias en términos de diferenciación subjetiva, factores psicosociales de protección o vulnerabilidad, manifiestan gran diversidad (Pérez de los Cobos, 2006). Y en segundo lugar congruente con la diversidad subrayada, la variedad de contextos institucionales -ambulatorio, hospital de día, unidades de desintoxicación, tratamientos residenciales (Yaría, 2010)- en los que se aplican los procesos de cambio.

En el ámbito nacional un aspecto que complejiza aún más el interesante desafío de determinar qué funciona y qué no funciona en el tratamiento de las adicciones, lo aporta el encuadre legal: la Ley Nacional 26.657. En este contexto de regulación, las adicciones se insertan dentro del campo de la salud mental, lo que conlleva la incógnita respecto a la especificidad de la problemática. Al incluir la problemática en el cuerpo total de la ley, parecería que la misma se des- jerarquiza y no se reconoce del todo la especificad ontológica de la adicción.

Las necesidades de atención que plantean los problemas derivados de los consumos problemático de sustancias psicoactivas no permiten una respuesta indiscriminada (Tirado Rodríguez, 2008), y tampoco una respuesta distanciada de aquellos tratamientos con procedimientos que funcionan de una mejor manera. En la búsqueda de una respuesta específica y apoyada en la investigación, se reconoce la existencia de principios que deben regir el tratamiento. Por citar algunos ejemplos, se nombran los siguientes principios:

• complementariedad de procedimientos provistos por diversas disciplinas
• integralidad
• corresponsabilidad
• atención profesionalizada
• tratamientos multimodales
• accesibilidad a los tratamientos
• no basar la efectividad del tratamiento únicamente en el logro de la abstinencia (NIDA, 2013; Fernández Hermida & Secades Villa, 2000).

Los principios previamente marcados no bastan para responder con mayor precisión a la pregunta sobre cuáles son los procedimientos terapéuticos psicológicos que funcionan, es decir, aquellos que producen movilidad en la llamada rueda del cambio (Miller & Rollnick, 1999).

La respuesta por la vía negativa establecería la eficacia baja o nula de cualquier tratamiento que se fundamente en la lógica del modelo biomédico tradicional. Del modo similar, tampoco sería útil un tratamiento basado y en el culto contemporáneo del cerebro-centrismo, el cual asume que los problemas del individuo son el resultado del uso de la sustancia, y que estos problemas desaparecerían con la disminución del consumo (Portilla, Landabaso & Roncero, 2011). Por otro lado, un tratamiento en el que se apliquen procedimientos inadecuados en momentos inoportunos, sin utilizarse habilidades terapéuticas específicas, y distanciado del modelo en espiral que sugiere que muchas personas que tiene recaídas no se mueven en círculos y no hacen una regresión total al punto inicial (Prochaska & Diclemente, 1994), no funcionaria. También se encontraría en aprietos un tratamiento que pretendiera hacer uso de procesos de cambio de un único modelo psicoterapéutico. Vale decir que cada modelo psicoterapéutico ha hecho aportaciones interesantes para la explicación del fenómeno y han conseguido ayudar a un mayor o menor número de personas respecto al problema adictivo. Aun así ninguno de ellos por si solo ha conseguido ofrecer la “solución”. Quienes se han empeñado en demostrar el éxito de su modelo por encima del de sus contrincantes, zozobran en el dogmatismo y en no encontrar un modelo eficaz de intervención (Becoña Iglesias & Cortés Tomás, 2011). Por otra parte, existen algunas variables que podrían tener una contribución en el éxito terapéutico y, sin embargo, han sido analizadas en pocos estudios.

Entre ellas se destacan la inhabilidad del terapeuta, sus creencias y actitudes. La escasa evidencia previa permite advertir la influencia de estos factores en la implementación de los programas terapéuticos, en tanto creencias y actitudes de profesionales en relación al tratamiento de las adicciones, a los tipos de procedimiento y a los pacientes (Melani, Verponziani & Boccoli; 2000; Martínez, Knapp & Kottke, 1993). Por ejemplo, las creencias y actitudes de los profesionales pueden dificultar la accesibilidad al tratamiento o llevar a la inclusión de un único procedimiento terapéutico (basándose preferentemente en creencias y actitudes sustentadas en la experiencia profesional personal), así como también pueden suscitar el rechazo explícito o implícito a personas con dicho padecimiento (Comes, Solitario, Garbus, Mauro, Czerniecki, Vázquez, Sotelo, & Stolkiner; 2006).

En especial, es interesante subrayar el papel de las actitudes dogmáticas por parte de los profesionales que participan en los tratamientos de adicciones. Esta clase de actitud implica la negación de la conciencia sobre la importancia de considerar tratamientos multi-componentes o multimodales (Pereiro, 2010). Se trata de actitudes caracterizadas por una manera cerrada y ortodoxa de pensar (Ovejero Bernal, 1985; Vilanova, 2003), un estado mental y emocional que inhibe el dialogo entre modelos psicoterapéuticos (inter-paradigmático) y entre diferentes disciplinas (inter-disciplinario). Es una modalidad irracional que conduce a la transgresión de normas de racionalidad científica (tanto en el ámbito teórico como en el práctico), manifestadas en sesgos, tales como el de autoridad espuria y el de negación de la evidencia (Vorano, 2015).

Por otra parte, hoy en día se ha identificado que un punto relevante en la eficacia de los tratamientos se asocia a factores vinculados al rol del terapeuta (Lambert, 1992; Corbella y Botella, 2004). Uno de estos factores es el autocuidado, el cual cobra un sentido distintivo en el tratamiento de las adicciones.

Como se ha investigado, el colectivo de profesionales que atiende a personas con problemas de abuso o dependencia de sustancias psicoactivas configura uno de los grupos más propensos a padecer el síndrome del quemado, dado que atienden a pacientes multi-problemáticos, (Pedrero Pérez; Puerta García, Lagares Roibas, Sáez Maldonado & García Barquero, 2004).

En relación a los procedimientos utilizados, son variados los meta-análisis que ofrecen evidencias sobre los beneficios de los procedimientos conductuales y cognitivos en el tratamiento de la dependencia a sustancias psico-activas (Irvin, Bowers, Dunn y Wang, 1999; Miller y Wilbourne, 2002). Estos tipos de procedimientos componen gran parte del arsenal de procedimientos a utilizarse en un tratamiento de adicciones. Así, se encuentran presentes en la entrevista motivacional (Miller & Rollnick, 1999), en las terapias conductuales y cognitivas, en el entrenamiento de habilidades sociales y de afrontamiento, en prevención de recaídas, en la terapia conductual familiar y de pareja. Junto a éstos también se destaca otro conjunto de aportes como la terapia dialéctica conductual (Linehan, 2012); el modelo transteórico del cambio de Prochaska y DiClemente (1994); y el modelo de prevención de recaídas de Marlat y Gordon desde un enfoque basado en Mindfulness (Cebolla Martí, García Campayo & Demarzo, 2014). Cada uno de los procedimientos terapéuticos es susceptible de implementarse en el ámbito de la psicoterapia grupal, un espacio que constituye el eje principal del tratamiento, pues allí se acentúa el poder de cambio de dichos procedimientos. (Grondona, 2014). Con lo dicho hasta aquí, se puede afirmar que en los padecimientos psicológicos severos como en el caso de las adicciones, deberían predominar programas que utilicen una combinación de psicoterapia, farmacoterapia y abordajes psicosociales. A esto se suma la evidencia de que ningún modelo psicoterapéutico sería superior a los demás, y el hallazgo de que las técnicas admitirían una elevada transferencia entre modelos mismos (Fernández Álvarez, 2011). En esta dirección se han planteado propuestas como la de Sánchez- Hervás (2004), que complementa teorías y enfoques epistemológicos mediante la aplicación de procedimientos terapéuticos eficaces, sin atender o ubicar por delante la raíz teórica de los procedimientos, ofreciéndole centralidad a la problemática que se aborda.

Como experiencia de sufrimiento, la problemática de las adicciones a sustancias psicoactivas y trastornos no relacionados a sustancias -el juego patológico se incluiría bajo esta terminología en DSM V (APA, 2013)- abre en quien la padece y en su entorno una intensa desesperación y un marcado desasosiego. Es en este clima donde se brindan tratamientos maquillados de racionalidad científica y/o de rigurosidad desmedida respecto a la estructura terapéutica a cumplir. A la desesperación y el desasosiego personal y familiar, la ideología presente en estos tratamientos aporta términos con altas dosis de impacto y dramatismo, como son el de enfermedad incurable, progresiva y mortal.

Además, estas creencias se enlazan a un conjunto de valoraciones fuertemente negativas acerca de la persona que padece la problemática, que llevan a categorizarlo como mentiroso, manipulador, antisocial y peligroso.

Si bien es plausible sostener la concepción de enfermedad al referirse a la dependencia y a otros patrones de consumo problemático de sustancias psicoactivas -no sin debate en relación a los presupuestos epistemológicos, ideológicos, y técnicos- y reconocer las características propias de la problemática, en la explicitación que se hace de esto se tiende a articular culpas, resentimientos, desconfianza y fatalismo; todos aspectos funcionales a la enfermedad (Capece, 2007). La realidad comunica que las conductas adictivas serán el gran problema del siglo XXI. Los datos epidemiológicos de personas dependientes al conjunto de sustancias psicoactivas y a las ya denominadas adicciones comportamentales, muestran que un porcentaje muy significativo de la población mundial, presenta patrones de dependencia a este tipo de sustancias y a conductas factibles de categorizarse como adictivas (Becoña Iglesias, 2003). En este contexto cobra aún más relevancia la investigación sobre los procesos de cambio que deberían integrarse en un programa de tratamiento, con el objetivo de delinear que funciona y que no.

La posibilidad de delimitar el funcionamiento de los procesos y procedimientos que inician, profundizan, y sostienen los cambios en el desarrollo del proceso terapéutico, debería ser potenciada por dos actitudes a ejercitar por parte del terapeuta y por todos aquellos integrantes de un equipo de trabajo que tengan participación en un tratamiento. Por un lado, la actitud de resistencia del terapeuta frente al sin sentido y a lo absurdo del no proyecto (Sisti, 2015), características existenciales de este padecimiento en las que la persona se disuelve y el entorno familiar se agota. Y por otro, la consideración no quimérica de la esperanza como una actitud de propuesta relacional del terapeuta para viabilizar el cambio. Una buena metáfora que sintetiza las actitudes señaladas y grafica la experiencia del tratamiento de las adicciones, es la de la bicicleta en el aire. La vivencia de que se pedalea y pedalea, utilizando una u otra técnica, siempre a partir de la alianza terapéutica como herramienta basal, pero en el aire. Hasta que un día engancha (Capece, 2007).

La balanza de la evidencia y el buen trato

En síntesis, la problemática de las adicciones se muestra como problema de salud a escala internacional que demanda respuestas terapéuticas sostenidas tanto con apoyo empírico como con una atención humanizada. Es un reto el poder dejar atrás los pseudo-tratamientos y las intervenciones violentas fundamentadas en la confrontación de la negación. Revisar los tratamientos vigentes y las intervenciones clásicas (por ejemplo, confronto) en la búsqueda de la eficacia, significa distanciarse progresivamente de procedimientos que se han institucionalizado y normalizado.

En tanto que la diversidad es un rasgo distintivo del área del tratamiento de las adicciones, lograr sistematizar procedimientos de cambio respecto al criterio de qué funciona y qué no, permitirá confeccionar respuestas específicas que reconozcan las particularidades del problema abordado y que, por ende, tengan mayor potencialidad de cambio. En tal sentido, el desarrollo de habilidades discriminadas, la clara distinción de la etapa de cambio que la persona transita, la aplicación de procedimientos coherentes con esa etapa, y el desmantelamiento de actitudes y creencias que funcionen como factores inhibidores del cambio; representan puntos sustanciales a evaluar de modo constante por parte del terapeuta. Sin dejar de lado la integración de prácticas de autocuidado como veedoras de salud emocional del colectivo de profesionales que trabajan con esta problemática.

Al superar las manifestaciones del modelo biomédico tradicional en el área del tratamiento de las adicciones, como lo es el modelo dicotómico que emparenta linealmente el logro de la abstinencia con el éxito terapéutico, y al considerar la importancia del diseño de tratamientos multimodales e integrativos, se vislumbrarían nuevos programas terapéuticos que establezcan un campo de batalla resistente y esperanzador frente al no proyecto de la adicción.

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¿Son EXTRATERRESTRES los ADICTOS?

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Por Lucas Tosi

Si respondemos esta pregunta de manera afirmativa remarcaremos el aspecto inentendible de un comportamiento que se mantiene más allá de todo un conjunto de experiencias vitales negativas (pérdidas afectivas, económicas, sociales, educativas, físicas, etc.) que este ha ocasionado. Haciendo hincapié en el supuesto sin sentido de este comportamiento o también en su supuesto carácter extravagante, como un comportamiento distanciado de lo humano, casi extraterrestre. Desde este punto, la pregunta tiene su respuesta afirmativa aproximando a la persona que padece un trastorno adictivo a algunos de los alienígenas de V Invasión Extraterrestre, o más acá en el tiempo, a los alienígenas de Día de la independencia. Un señalamiento, mayormente los extraterrestres amenazan con destruir la raza humana, aunque vale decir existen honrosas excepciones como E.T. o La Llegada, entre otras.

No parecerían ser extremadamente extravagantes aquellos comportamientos que si bien conservamos la intencionalidad de continuarlos en el tiempo, en definitiva se presentan de forma discontinuada. Ejemplos como el hecho de comenzar una dieta o una actividad física, y por qué no dejar de fumar, son moneda corriente. Por supuesto, estos ejemplos no implican el grado de pérdidas en la globalidad de la persona (digamos que esto es relativo), sin embargo expresan una misma modalidad. Un comportamiento que se sostiene X cantidad de tiempo y que cesa, se ausenta, y regresa, es decir se discontinúa. ¿Y entonces qué es lo que nos resulta decididamente estrafalario de los comportamientos adictivos? ¿Por qué les atribuimos características amenazantes como a una raza alienígena que proviene de los confines del universo para invadirnos y absorber todos nuestros recursos naturales hasta que el planeta se pudra?

Quien sistemáticamente haya establecido contacto con personas que consumen problemáticamente sustancias psicoactivas (entiéndase contacto sistemático como los suscitados en la película Encuentros cercanos del tercer tipo) en marcos terapéuticos, habrá detectado la búsqueda permanente de hacer lo que todos hacen respecto a los consumos de sustancias ampliamente tolerados socialmente y respecto a ciertos comportamientos y rituales sociales, que indican que somos normales. El paradigma de esto es la omnipresencia del consumo de alcohol. Desde bautismos hasta los cumpleaños de 5 o 6 con los amiguitos del jardín, desde el conocido tercer tiempo hasta el sponsoreo de los eventos deportivos más populares del verano. En estos casos se nos dificultad enormemente entablar algo de cercanía entre el ADICTO asociado a los comportamientos extraterrestres y el muchacho de entre 25 y 40 (por determinar arbitrariamente una franja etaria) que concurre 3 o 4, o 5 veces por semana al finalizar su jornada laboral a la última cervecería de moda. Con un sencillo y rápido cálculo podemos hacernos una idea del consumo de alcohol semanal de quienes participan de este cotidiano ritual de consumo. ¿Y esto a que pertenece? ¿A la normalidad de los terrestres?

Aquel que ya posee un recorrido, una trayectoria de consumo de sustancias, ha desarrollado un grupo de aprendizajes negativos en la mayoría de los niveles que hacen a su persona. Tanto a nivel neurobiológico como a nivel emocional, cognitivo y comportamental e interpersonal. Se configura producto del proceso adictivo un modo de existir (no una personalidad adictiva, eso ya fue descartado hace un par de décadas) donde en ocasiones es un desafío profesional identificar que es qué. La mixtura es de tal magnitud que es dificultoso diferenciar que forma parte del padecimiento adictivo y que de la personalidad, y sobre todo cuando nos encontramos con trayectorias de consumos múltiples con un inicio a edades muy tempranas. El proceso adictivo es un proceso de alienación, de extrañamiento de uno mismo, en el que las funciones naturales son secuestradas y puestas a los servicios de formas de placer distorsionadas y meramente artificiales. Prefiero consumo antes que agua, prefiero consumo antes que relaciones sexuales, prefiero consumo antes que comer, prefiero consumo antes que interactuar con otro ser humano. Y todo esto si es que el consumo llegó cuando este uno mismo estaba medianamente conformado, si no la realidad es otra. Ahora bien, la persona en este proceso, poco a poco, se invade a sí misma, sin la necesidad de una invasión al estilo de La Guerra de los mundos o al modo más repulsivo de Alien.

No se trata de desconocer las particularidades de los trastornos adictivos (y decir que todos somos un poco adictos, frase que suele justificar las propias conductas adictivas), si no de reconocerlos en su especificidad, comprenderlos de la manera más completa posible, para empatizar con este sufrimiento y dejar de reaccionar como la fuerza armada EEUU cuando detectan la llegada de la nave madre.

Una última aclaración. Si el día de mañana se presentara una extraterrestre manifestando que consume problemáticamente sustancias psicoactivas, sería apropiado dudar y pensar que nos está engañando. Que más que de su condición no terrícola nos estaría hablando de su humanidad.

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